Cada Semana Santa, Atlixco se convierte en testigo de la procesión de los engrillados, silenciosa y pesada, donde la devoción no se dice: se arrastra, se camina y se ofrece.
Se realiza el Viernes Santo, cuando se revive una de sus tradiciones más singulares y sobrecogedoras de la temporada religiosa.
Se trata de una manifestación de fe que tiene más de cien años de historia y que, año con año, reúne a decenas de personas que caminan por las calles del centro histórico con el rostro cubierto, los pies descalzos, cargando cadenas y con espinas clavadas en el cuerpo.
El evento no es un espectáculo turístico, ni una representación escénica. Es un acto de penitencia real.
Los participantes lo hacen en agradecimiento por favores recibidos, como promesa o para pedir perdón por faltas cometidas. Lo que para muchos puede parecer un castigo físico, para ellos es una forma de reconciliación espiritual.
El origen
La tradición de los Engrillados se remonta al antiguo convento de San Francisco, donde los franciscanos promovían actos de penitencia durante la Semana Santa.
Con el paso del tiempo, el viacrucis se transformó en una procesión abierta, con participación del pueblo y un marcado carácter de sacrificio físico.
Aunque no se cuenta con una fecha exacta de su inicio, registros orales indican que se consolidó a inicios del siglo XX hace 107 años, cuando los penitentes comenzaron a usar cadenas reales y espinas naturales, abandonando las versiones simbólicas.
El recorrido cubre cerca de cuatro kilómetros y pasa por las principales calles del centro, marcando las estaciones del Vía Crucis.

Una figura clave en la preservación y expansión de esta tradición fue Jaime Garcés, conocido como Don Jaime, quien coordinó por décadas al grupo de Engrillados del templo de San Francisco.
Gracias a él se institucionalizaron reglas, recorridos y símbolos que hoy se mantienen vigentes.
Tras su fallecimiento en 2018, su hija Alicia Garcés asumió la coordinación del grupo.
Su objetivo ha sido mantener la tradición con respeto, autenticidad y organización. “Esto no es un show. Es un acto de fe que debe respetarse como tal”, ha señalado constantemente.
La leyenda
Según la crónica local, todo comenzó a principios del siglo XX, alrededor de 1918, cuando José Muñoz, un panadero de tez blanca y complexión robusta, vivía en Atlixco.
Estaba profundamente enamorado de una mujer que no correspondía sus sentimientos.
Desesperado por conquistar su amor, decidió recurrir a la brujería, una práctica que, aunque condenada por la moral de la época, era conocida en algunos círculos populares.
Siguiendo el consejo de alguien cercano, Muñoz se aventuró al panteón municipal en una noche oscura.
Su misión era obtener un amuleto que, según la creencia, le otorgaría el amor de la mujer que anhelaba.
En el cementerio, desenterró un cadáver reciente y, con un cuchillo, cortó un dedo del difunto.
Con este macabro trofeo, elaboró un amuleto que combinaba el dedo mutilado con un escapulario, siguiendo las instrucciones que le habían dado.

Sin embargo, el acto no trajo el resultado esperado. En lugar de amor, Muñoz fue consumido por una culpa abrumadora, convencido de que su acción era un pecado imperdonable.
Atormentado por los remordimientos, Muñoz decidió expiar su falta de una manera radical.
Acudió al templo de Santa María de la Asunción, donde prometió a Dios someterse a un sacrificio extremo: durante 50 años, cada Semana Santa, cargaría pesadas cadenas y se laceraría el cuerpo con espinas, replicando el sufrimiento de Jesucristo en la cruz.
Así, Muñoz se convirtió en el primer “engrillado”, iniciando una tradición que, con el tiempo, se arraigaría profundamente en la identidad de Atlixco.
Los habitantes de Atlixco, al verlo arrastrar cadenas y soportar el dolor en las calles, comenzaron a unirse a su penitencia.
Algunos lo hicieron por sus propios pecados, otros por agradecimiento a favores divinos, y muchos más por una devoción pura hacia Jesucristo.
El ritual y sus símbolos
Los hombres que participan en la procesión visten túnicas negras y cubren su rostro con una capucha.
En los tobillos y la cintura portan cadenas que pueden llegar a pesar hasta 70 kilos. En brazos, piernas y espalda llevan ramas de huizache con espinas clavadas, sujetas con tela adhesiva.

No se permite el consumo de agua durante el trayecto; solo pueden masticar limones partidos, para mantenerse hidratados y evitar desvanecimientos.
Además, cada engrillado va acompañado de dos personas que lo guían, velan por su seguridad y aseguran el orden durante el recorrido.
Los organizadores señalan que no se trata de autoflagelación gratuita, sino de una tradición con profundo sentido religioso y personal, en la que cada persona pone su cuerpo como ofrenda.
Mujeres también se engrillan
Aunque la tradición fue exclusivamente masculina durante décadas, en 1986 se permitió la participación de mujeres en la colonia Altavista.
Desde entonces, el grupo de la parroquia Cristo Rey ha incluido a mujeres en el ritual, siguiendo las mismas reglas y condiciones que los hombres.
Las mujeres también caminan descalzas, arrastran cadenas, portan espinas en el cuerpo y cubren su rostro.
Además, tienen la responsabilidad de cargar la imagen de la Virgen de los Dolores, en paralelo a los hombres que portan a Jesús Nazareno.