En México, los desastres no solo estallan, supuran. México, en pleno 2025, está a punto de repetir el infierno ganadero que vivimos en los años 40 y 50 con la fiebre aftosa. Solo que ahora el enemigo es más pequeño, más silencioso y más cruel: el gusano barrenador del ganado. Una larva con apetito de carne viva, de res… y también de humanos.
Aquel entonces fue brutal. El país se desangraba en rifles sanitarios, ese eufemismo cruel que significa el exterminio masivo de animales enfermos o sospechosos, con disparos certeros en la nuca a 2 mil animales diarios en promedio, entierros clandestinos de ganado, incendios de establos enteros y campesinos llorando sobre el lomo de una vaca que ya no daría leche, ni vida, ni sustento. Todo ordenado por Estados Unidos, por cierto, ante la incapacidad del Ratón Miguelito —Miguel Alemán Valdés— uno de los presidentes más corruptos de México. Cómo se repite la historia.
Lo cierto es que estamos al borde de nuevo. No de un brote, sino de un incendio. Trece casos confirmados en humanos —cinco nuevos apenas esta semana— y contando. Porque lo que dice la Secretaría de Salud tiene una semana de retraso, así que hay que asumir que la realidad ya nos lleva ventaja. Y mientras tanto, ¿qué hace el gobierno? Simulacros. Boletines. Evasivas. Y un secretario que parece más vocero de la esperanza que responsable de una estrategia.
Simulacro. La palabra lo dice todo. Hacer como si. Fingir para estar listos. Ensayar porque lo que viene no es un rumor, es una certeza. En México ya no hay margen para disimular: los simulacros contra el gusano barrenador del ganado se multiplican con una velocidad que delata el tamaño del desastre. No hay forma más clara de ver la verdad que observando lo que las autoridades intentan maquillar.
Ayer en Tlaxcala, más de 100 técnicos y veterinarios de seis estados —incluido Puebla— se reunieron a puerta cerrada para practicar protocolos de contención, diagnóstico, tratamiento y erradicación del gusano barrenador. ¿La ubicación? A cientos de kilómetros de la frontera sur, donde comenzó todo. ¿El mensaje? Clarísimo: la plaga ya no es un riesgo limitado al sureste. Se preparan para lo peor. Y lo hacen apurados. Nerviosos. Como quien sabe que el incendio ya está cerca, pero aún finge que sólo huele a humo.
Fue el cuarto simulacro. No el primero. La semana pasada fue en Coahuila. Sí, Coahuila. A mil quinientos kilómetros del foco original. Eso ya no es prevención. Eso es contención desesperada. El primero se hizo en noviembre pasado, en Chiapas, justo donde el gusano reapareció tras 30 años de ausencia. Aquello debió ser una advertencia, sirvió de nada.
Mientras el secretario Julio Berdegué —que roza la criminalidad— se atreve a declarar que «en semanas» todo volverá a la normalidad, su propia dependencia entrena equipos de emergencia como si estuviéramos ante un brote nacional. Como si el discurso oficial y la realidad ya no pudieran sostener la misma mentira.
Porque estos simulacros son exactamente eso: un espejo incómodo. Reflejan lo que el gobierno no quiere decir abiertamente. Que la situación está fuera de control. Que el gusano barrenador no sólo volvió: se está expandiendo. Que ya no es un problema del sur, sino una amenaza para todo el país.
En Puebla ya corrió el rumor de animales infectados en un centro de abasto. No se confirmó, pero tampoco se desmintió. ¿Casualidad? ¿Coincidencia? No. Es una alerta. La última línea de defensa ya no está en el sur, está en el altiplano. La pregunta no es si la plaga va a llegar, es cuántos estados van a caer antes de que alguien tenga el valor de aplicar un verdadero plan de contención, y si Puebla estará entre ellos.
La secretaria del campo poblano, Ana Laura Altamirano, mañana inaugura el magno evento de la Convención Nacional del Café, donde se presentarán los resultados de la política de campo que más recursos ha absorbido en su administración. Un promisorio futuro café, que se pinta gris. Veremos qué decisiones se toman y cómo es maneja la mayor crisis ganadera de nuestros tiempos; mejor váyase al Centro de Convenciones a tomar un buen aromático, al menos se distrae un rato.