De manera frecuente los hombres de poder pierden uno de los principales atributos de un buen gobernante, que no es otro que la sensibilidad.
Como por arte de magia, al llegar al gobierno suele desaparecer la abundante sensibilidad mostrada en campaña, floreciendo el autoritarismo que de una u otra forma todos llevamos dentro. Comparando la política con el matrimonio, podemos decir que los tiempos de campaña representan el noviazgo, donde todos muestran a la persona ideal con tal de conquistar a la pareja, alargándose los tiempos rosas hasta la luna de miel.
Una vez concluida esa etapa, la guerra por el poder nos transforma, llevándolos a mostrar verdaderos monstruos en el momento de tomar las manijas hogareñas. De la misma forma sucede en el deporte, en el trabajo y en prácticamente todas las actividades sociales donde esté en juego el poder.
Es la condición humana.
Sin embargo, en la política el poder del Estado resulta incontrolable y excesivamente traicionero. Digamos que un gobernante en un país como el nuestro siente que de verdad lo puede todo y es seducido de tal forma que termina rozando los poderes divinos.
No hay que dudarlo, se sienten dioses y su círculo cercano se encarga de venerarlos y hacerlos sentir omnipotentes.
En medio de ese mareo que la gran mayoría llega a sufrir, suelen cometer graves errores, mismos que los llevan de manera dolorosa a golpear nuevamente con el piso.
Un ejemplo lo vivimos hace seis años con el gobernador Marín, quien hacía planes y maletas rumbo a Los Pinos hasta que sucedió el Lydiagate, el cual nos hizo recordar lo frágiles que realmente son los políticos. Para nadie es un secreto que el bombazo mediático contra Marín fue articulado y operado desde las altas esferas del poder, para frenar sus aspiraciones y de paso mandar mensajes a otros gobernadores inquietos.
Así las cosas, un sexenio después de aquel escándalo mediático, el gobernador Moreno Valle parece estar empeñado en repetir las historias.
Con el sello de la imposición, del autoritarismo, de la egolatría y de todos los adjetivos impuestos por Álvaro Delgado en la revista Proceso, el Señor de los Cerros llegará en cuatro meses a rendir su segundo informe de gobierno con un presidente emanado de otro partido, quien tiene claros antecedentes de los sueños —aparentemente guajiros— del poblano.
Más allá de los amarres que el habitante de Casa Puebla haya hecho con el equipo de Peña Nieto durante la campaña presidencial, sobra decir que este último tiene desde ahora la baraja de su sucesión en sus manos, por lo que no se tentará el corazón para degollar a cualquiera que intente sacar la cabeza.
Lamentablemente para Moreno Valle, sus excesos en lo que va del sexenio lo convierten en un personaje altamente vulnerable. Que no les extrañe que en los próximos meses le estalle un escándalo nacional al Señor de los Cerros. Y eso lo intuyen los propios morenovallistas, quienes desesperadamente buscan nuevos operadores y empresas especializadas en control de crisis para contrarrestar las próximas embestidas de la prensa nacional.
Por lo pronto, ya lo tienen en la mira.
Y si no, al tiempo.