A medida que el Dalai Lama se acerca a su 90º cumpleaños, la comunidad tibetana en el exilio vive un momento decisivo marcado por la incertidumbre y el temor a la intervención del régimen chino en la sucesión de su líder espiritual. El recuerdo de la desaparición del niño reconocido como Panchen Lama en 1989 —quien fue visto por última vez a los seis años— persiste como símbolo del riesgo que representa la influencia de Beijing en la tradición religiosa tibetana.

El Dalai Lama, exiliado en India desde hace casi siete décadas, ha anunciado que el próximo 6 de julio —día de su cumpleaños— dará a conocer un plan de sucesión, buscando anticiparse a cualquier intento del gobierno chino por imponer a su propio candidato, como ocurrió con el Panchen Lama.

La tradición tibetana indica que la búsqueda del nuevo Dalai Lama comienza tras la muerte del actual, un proceso que puede extenderse por décadas. Sin embargo, el líder espiritual ha sugerido que su sucesor podría ser un adulto, una mujer, e incluso nacer fuera del Tíbet, en algún país libre, lo que abriría la posibilidad a miembros de los 140 mil exiliados tibetanos, principalmente asentados en India.

La preocupación crece entre los tibetanos dentro y fuera del Tíbet, especialmente por la debilitada salud del Dalai Lama, quien en sus últimas apariciones públicas ha requerido asistencia física. “Estamos esperando lo mejor, pero preparándonos para lo peor”, expresó Tsering Yangchen, miembro del parlamento tibetano en el exilio.

La administración política tibetana en el exilio, encabezada por el sikyong Penpa Tsering, enfrenta además desafíos financieros y diplomáticos, con una ayuda internacional que ha disminuido en años recientes y una India cada vez más cautelosa en su postura ante China.

El anuncio del 6 de julio podría marcar un punto de inflexión para el futuro del budismo tibetano y la lucha de su pueblo por preservar su identidad y autonomía espiritual frente a la presión de una potencia mundial como China.